LA CULTURA DEL MIEDO
Un elemento común enlaza las tres lecturas en cuanto a situación que atenaza y acogota a las personas que forman parte del cuadro social en que se desenvuelven las escenas. Unos, en el libro de los Hechos, sufren la presión social de una manera que les impide acercarse a los apóstoles; el autor del Apocalipsis se siente compañero en la tribulación provocada por la persecución y la clandestinidad, los discípulos judíos de Jesús encerrados en una casa por miedo a la reacción de los judíos no discípulos de Jesús. Siempre el miedo.
Los primeros cristianos tienen miedo, lo que dicho en la antigüedad significa que humanamente eran muy poca cosa porque el miedo era rasgo del vulgo no perteneciente ni a la nobleza, ni a la aristocracia, ni a la oficialidad militar, a quienes se atribuía la virtud heroica del valor que se sobrepone al miedo y lo transforma en temeridad, valentía y honor, transformando, de esta manera, a la persona en un ser muy por encima de la masa.
Ha tenido que pasar mucho tiempo para que en la literatura entrase el miedo como una dimensión humana que todo el mundo puede experimentar y que no tiene por qué ser ocultado.
Antiguamente, la expresión paralizadora y destructora del miedo era utilizada como arma política y religiosa para anular las posibilidades de reacción y fortalecer los mecanismos de poder. Todavía hoy, en algunos ambientes, se recurre a despertar y provocar miedo por la capacidad paralizadora que tiene en las personas que le dan entrada y lo sufren.
Por eso hay que entender este contexto de miedo, parálisis y servilismo que les provocaba la sociedad de su tiempo a los discípulos, para poder comprender la transformación que opera Jesús, no sólo en las actitudes sino en las personas.
Y LA CULTURA DE DIOS
Dios, que es el Señor del universo, de la vida y de la historia, no nos atenaza ni nos anula paralizándonos con el miedo, sino que nos aporta la paz y la alegría, rasgos del libre, del señor, de quien camina por la historia sabiéndose libera do de sus propios miedos y de las amenazas externas. La paz de Dios es la plataforma, el punto de partida desde el que comenzar a ser una persona distinta y dar mucha guerra a quienes nos querrían ver anulados y sometidos.
La relación con un Jesús a quien creemos resucitado es una convicción apoyada en el testimonio de quienes convivieron con Él y en los efectos que produce para quien comienza a vivir desde esa esperanza.
La convicción profunda de que no fueron sus detractores quienes dijeron la última palabra sobre la vida y el significado humano de su persona, sino que fue Dios quien pronunció el último veredicto de absolución, bendición e inocencia, confirmando todo su historial, el sentido de todas sus palabras y la validez de todos sus actos, con las correspondientes consecuencias sobre nuestra vida, es la base de un gran proceso de cambio en nosotros, del que la superación del miedo a los hombres y a Dios es la primera manifestación.
Porque decir Pascua es decir libertad, es decir perdón, es decir experiencia de quitarse un gran peso, un enorme agobio y sentir el deseo-invitación-llamada de salir a comunicarlo, transmitirlo y extenderlo a otros que todavía se sienten atrapados bajo el peso de sus propias culpas, bajo las amenazas de algunos señoritos o bajo el engaño de algunos que se creen que la autoridad se apoya en el miedo.
La paz de Dios es la experiencia del perdón de Dios que nos ha llegado en Jesús y que nos ha querido hacer colaboradores en la hermosa tarea de anunciarlo sin restricciones ni condiciones. Ya estamos perdonados, ya somos libres, ya no tenemos que vivir bajo ningún miedo. Ya es hora de que nos sacudamos la presión social, la presión autoritaria de una cultura laicista y la presión religiosa que sigue utilizando a Dios como elemento de miedo y sometimiento.
Jesús nos transmite paz, alegría y decisión
José Alegre Aragüés (Rev. Dabar 2007)
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